
Toda esta declaración de política
exterior se aderezo con la vergonzosa foto de las Azores, que dio pie al
locoide ensueño de grandeza.
No valoro nuestro
grandilocuente presidente que no hay disparo sin retroceso y que siempre queda
herida también la mano que golpea.
Esta década pasada nos ha
demostrado, lo que ya se intuía entonces. Las armas de destrucción masiva eran
una leyenda fabricada por los que habían decidido acabar con Sadam, ocupar Irak
y trasformar Oriente Próximo, para obtener enormes ventajas materiales basadas
en el control del petróleo y los lucrativos negocios que iban a hacer los
amigos de USA, España entre ellos. Así de literal lo afirmo Jeb Bush, el hermanisimo.
Diez años después, aquel
cuento de la lechera se ha demostrado como el resultado final del cuento.
El fracaso se mide en una
gran derrota en costes económicos y humanos, pero sobre todo en retroceso geopolítico
en la región y en el mundo.
Es evidente que la crisis
actual, política, moral y económica, es hija también del efecto retroceso que
produjo aquel disparo de Aznar tan desafortunado.
Como escribió el poeta
Manuel Alcántara, lo curioso no es como se escribe la historia, sino como se
borra. Diez años intentando convencernos que esto no pasó, que no hubo una vez una
guerra en Irak y que el Gobierno español de entonces tuvo la maldita ocurrencia
de apoyarla y de ingresar en ella con hombres y armas. Estos años no han podido
ocultar las torturas de la guerra; que esta no sirvió para nada y que ahora
aquel país masacrado, es un país provisional, roto, inservible para la
convivencia.
En el siglo de las comunicaciones los que se confabularon para que esa cruel guerra tuviera lugar tienen nombres y apellidos, fueron fotografiados juntos, faltaron a la verdad y juraron en público argumentos falsos, para justificar una de las mayores atrocidades históricas.
Diez años después se sigue
debiendo una explicación en forma al País.